domingo, 10 de mayo de 2009
De la degradación de los hábitats
viernes, 1 de mayo de 2009
Videoarte de la cuestión del "yo"
Son tres secuencias unidas. En la primera, el artista, situado de espaldas al espectador, realiza un corte en el papel, y al hacerlo atraviesa también su cuerpo. Hecha la apertura, se introduce en ella, pareciendo que brotara de su propio costado. Todo es fruto de la superposición de imágenes.
En la segunda secuencia, el artista, como si quitara el vaho de un espejo, va descubriendo su rostro, solo que en lugar de por el vaho, su rostro estaba oculto por su propio rostro, de tal guisa que el artista parece contar con un rostro de doble capa.
En la tercera y última secuencia, el artista quema su retrato proyectado sobre el papel, una vez ha conseguido que la hoja de papel se asemeje a un espejo.
Pese a que las tres secuencias no fueron concebidas en un principio por el artista como unidad, entiendo que bien podrían ser interpretadas de esa forma. Por qué no ver en el sujeto de la primera escena un sujeto desdoblado, idea que se reforzaría en la segunda secuencia (la del rostro como máscara) en donde el desdoblamiento parece más claro; y que dicho desdoblamiento finalmente es anulado en la tercera y última escena, en la cual la quema de su retrato evidenciaría la victoria de su verdadero "yo".
martes, 28 de abril de 2009
Marisa sin Marisa
jueves, 23 de abril de 2009
Argamasilla de Alba, lugar de La Mancha
Si comparásemos estas crónicas con las que componen París bombardeado (otra obra de Azorín, esta vez recopilación de los artículos que escribiera para el ABC de su estancia en París en la primavera de 1918, cuando la ciudad era asediada por los alemanes a fines de la Primera Guerra Mundial) veríamos claro el contraste entre lo que le sugiere París y lo que le sugiere La Mancha. Incluso padeciendo los azotes de la Gran Guerra, París muestra más vida que La Mancha. Y es que, los pueblos manchegos no necesitan una guerra para palidecer, para parecer muertos: a ojos de Azorín ya lo están.
Por otra parte, no está de más recordar que Alonso Fernández de Avellaneda, en su Quijote de 1614, hace partir a Don Quijote y a Sancho de Argamasilla de Alba. Aunque quizá la teoría más consistente es la que alude a la propia novela de Cervantes, en la que aparecen unas composiciones poéticas que se adjudican a unos “Académicos de la Argamasilla, lugar de la Mancha”. Claro que, si uno mira en el mapa, existen dos Argamasillas, la de Alba y la de Calatrava, y Cervantes no especifica cuál.
Aquí dejo la obra digitalizada:
http://www.alcudiavirtual.ua.es/servlet/SirveObras/cerv/01604296092364979660035/index.htm
sábado, 11 de abril de 2009
Una mirada a la ironía y a la tolerancia
En cuanto a la tolerancia, ésta parece exigir la concurrencia de cuatro situaciones: a) como es de suponer, la presencia de un tolerante y un tolerado, b) en donde el tolerante, en desacuerdo con la acción del tolerado, c) y teniendo capacidad para impedir esa acción que desaprueba (para que haya tolerancia ha de poder haber intolerancia), d) decide, no obstante, permitirla (tolerarla).
Ocurre, sin embargo, que nuestra sociedad es muy dada a llenarse la boca de determinados términos, con la consecuente desvirtuación de los mismos que ello suele suponer, y uno de ellos es el de “tolerancia”. A tenor de lo que uno oye por ahí, la tolerancia es vista como un valor más que estimable (ser tolerantes sería casi lo mejor que uno puede ser en la vida), siendo la intolerancia equiparada a la insensibilidad social cuando no a la más absoluta barbarie, cuando en realidad, la tolerancia no implica en sí misma nada positivo ni negativo (será en función de lo que se tolere o se impida el que nuestra acción pueda ser calificada de buena, mala o insignificante desde un punto de vista moral). Ha de quedar claro, por tanto, que la tolerancia no es, de inicio, ni buena ni mala, al igual que ocurre, en general, con casi todos los conceptos que tienen una carga ética o moral.
No obstante esta aclaración, como (entiendo) resulta muy fatigoso aislarse de lo establecido, de lo popular, bien haríamos en tomar en consideración la concepción actual sobre la tolerancia, de tal forma que llamaríamos tolerante no sólo a quien no impide lo que podría haber impedido y no le gusta, sino también a aquel que muestra una buena disposición hacia lo que le es ajeno, hacia valores distintos a los suyos. De esta forma, podríamos distinguir dos tipos de tolerancia según el grado de desaprobación hacia lo que se tolera (nulo o prácticamente inexistente en la segunda forma, que Antonio Valdecantos denomina "tolerancia contagiada", en contraposición con la primera forma, a la que llama "tolerancia inmune"). No obstante, a mí me resultó más claro llamar a la primera forma “tolerancia voluntaria” y, consecuentemente con ello, a la segunda “tolerancia forzada”, en cuanto que supone un esfuerzo para quien la lleva a cabo, y así me referiré a ellas a partir de ahora.
Pero voluntaria o forzada, la tolerancia siempre puede jugar un importante papel en los cambios de creencias. El que actúa con tolerancia no lo hace para cambiar de parecer (ni siquiera ese sería el objetivo que movería al tolerante voluntario), pero ello no es óbice para que al final así suceda. En este sentido, la tolerancia puede resultar un buen procedimiento de traslación de ideas: por medio de la tolerancia hacia creencias distintas, uno podría desligarse de las suyas propias (al menos en parte). Por supuesto, no siempre la acción de tolerar algo dará como resultado un cambio de opinión. La tolerancia en sí misma no implica que uno deje de creer lo que cree, y en muchos casos también ocurrirá precisamente lo contrario: que el tolerar algo sea precisamente lo que refuerce la creencia inicial.
Pero lo importante aquí es el hecho de que la tolerancia actúa de puerta abierta a la posibilidad de que cambiemos nuestras creencias iniciales (independientemente de que ello ocurra o no finalmente y ocurra poco o mucho y, por supuesto, independientemente de que dicho cambio resulte positivo o negativo desde un punto de vista moral). Valiosa por tanto en cuanto rupturista de la moral establecida, la tolerancia se presenta (entiendo) como camino fronterizo entre nuestra cosmovisión inicial y otras alternativas, entre los prejuicios y la verdadera esencia de las cosas. Sólo es cuestión de coger la dirección correcta (que a saber cuál es, claro). Pero más importante que la posibilidad de cambiar de parecer en lo que respecta a un determinado asunto es la posibilidad de cambiar nuestra manera de relacionarnos con lo ajeno. En última instancia, la tolerancia puede hacer del tolerante forzado un tolerante voluntario, si bien, por las mismas (como ya dijimos), la tolerancia también puede acabar por acrecentar el sentimiento de repudio inicial del tolerante forzado hacia lo que decidió tolerar (todo irá en función del grado de familiarización y adaptabilidad del tolerante forzado con la cosa que tolera).
La ironía, por su parte, no deja de ser un falso cambio de creencias. Más al contrario, parece incluso que la ironía viene a reforzar la creencia inicial, pues lejos de involucrarse en el cambio de parecer hace de ello un motivo de mofa. Ahora bien, aparentemente, el ironista actúa por oposición a sus creencias, cosa que también le ocurre al tolerante. Se diría de ellos que actúan de un modo incoherente: el ironista, diciendo lo que no piensa, y el tolerante aceptando lo que no es de su gusto. Lo cierto es que, tanto el ironista como el tolerante, conciben su actuación como un mero paréntesis en su comportamiento habitual (ya dijimos que la suspensión de responsabilidad que traía aparejada la ironía era de carácter provisional). Ocurre, no obstante, que lo que de inicio es tomado no más que como una excepción (en el lenguaje o en el modo de actuar) puede acabar por conformar la regla.
Ya vimos cómo el tolerante forzado podía modificar su juicio hacia la cosa tolerada y cómo ello podía llegar a convertirle en un tolerante voluntario. Al ironista lo que le puede ocurrir es que no sepa poner fin a su ironía, que ésta se extienda hasta un punto que el ironista pierda todo control sobre ella y no sepa de qué esta hablando, y mucho menos si habla o no irónicamente (lo cual no deja, a su vez, de ser irónico, como bien supo ver el escritor romántico Friedrich Schlegel, quien definió la ironía como una “parecbasis permanente”, es decir, como un paréntesis que nunca llegara a cerrarse).
En consecuencia, vemos cómo la a priori provisionalidad que acompaña a la ironía y a la tolerancia (y en la cual éstas se fundamentan) es también ella misma provisional (uno no sabe con seguridad hasta donde le llevará su ironía o su tolerancia) por lo que (considero) es lícito, aunque resulte redundante, caracterizar conjuntamente a la ironía y a la tolerancia por su provisional provisionalidad.
Estas cuestiones relativas a la ironía y a la tolerancia pueden leerse de forma más detallada en el libro La moral como anomalía (Herder, 2007) del profesor Antonio Valdecantos (catedrático de Filosofía Moral en la Universidad Carlos III de Madrid).
jueves, 26 de marzo de 2009
El Prado acoge al hombre del siglo XX
En otras ocasiones son cuerpos que parecen estar disolviéndose, con ya sólo media cabeza visible, o bien claramente con media cabeza cortada (¿cuerpos de un siglo que perdió la cabeza?). Estos cuerpos, solitarios, suelen estar como imbuidos en recintos opresores (nunca como en el siglo XX el hombre estuvo tan aislado del hombre), y sus expresiones denotan crueldad y terror.
A Bacon le fascinaba el Prado, fundamentalmente por Velázquez. Ahora es este museo el que le rinde tributo (la exposición permanecerá hasta el 19 de abril).
-http://www.museodelprado.es/pagina-principal/exposiciones/info/en-el-museo/francis-bacon/
Para más información sobre el artista:
- http://www.enfocarte.com/6.27/bacon.html
- http://revista.escaner.cl/node/1017
jueves, 26 de febrero de 2009
¿Es posible el perdón?
Pedir perdón es, por tanto, liberador, y lo es por sí mismo, sin necesidad de que nos lo concedan, pues nuestra conciencia no necesita tanto que seamos perdonados como saber que nos arrepentimos por lo que hicimos y que ese arrepentimiento lo hemos hecho público. Ahora bien, no en todas las situaciones uno puede hacer uso del perdón. El perdón es un acto individual que sólo puede ser concedido por quien es víctima directa y solicitado por quien es culpable. Si el que lo solicita no es el culpable, sino que lo representa, o a quien se le solicita no es la víctima, el acto del perdón se tergiversa. A este respecto es muy ilustrativo lo que cuenta Wiesenthal en su obra Los límites del perdón: el autor es un judío superviviente de los campos de concentración nazis al que un oficial de las SS, viendo próxima su muerte, le pide perdón por las atrocidades a las que sometió a otros judíos como él. El autor no le concedió el perdón, tampoco se lo negó; la idea que corría de trasfondo es que él no podía perdonarle en nombre de otros: no tenía derecho a ello.
Pero aun ciñéndonos a las situaciones lícitas del uso del perdón, no es poca la dificultad que encierra su uso, a tenor de lo que expone el filósofo Jacques Derrida. Veamos: si la acción de la que deriva un perjuicio para otra persona no es intencionada, puede darse por perdonada ya desde el momento mismo en que tiene lugar. En este sentido, para Derrida, aquello que es perdonable ya está en el fondo perdonado, de ahí que Derrida hable de un perdón de lo imperdonable, pues si lo perdonable no es si quiera necesario que se perdone, sólo lo imperdonable (aquella acción con la que alguien intencionadamente nos ha perjudicado) puede ser objeto de perdón.
A raíz de esto, uno puede que se pregunte si el perdón es materialmente posible. Si el hábitat del perdón es el de las acciones imperdonables ¿cómo salvar la contradicción? Podría pensarse en el arrepentimiento como fórmula para hacer perdonable lo que en un principio se antoja imperdonable, pero para Derrida esto no es viable, ya que entiende que el arrepentido es (dado su arrepentimiento) una persona distinta a la que cometió deliberadamente la acción que se le imputa, de tal forma que la persona arrepentida no tendría de qué ser perdonada. Así, sólo aquel que no se arrepiente (aquel que simbólicamente repite ininterrumpidamente su falta) podría ser perdonado.
Bajo tales premisas, parece que el uso del perdón se antoja complicado. No obstante, Derrida no dice que el perdón sea imposible, pero sí que su aplicación está sujeta a “soportar lo imposible”: quien perdona lo haría a sabiendas de que lo que perdona es imperdonable (el perdón como lo “hiperbólicamente ético”, que dijera Jankélévitch). Y así llegamos a la genial paradoja que nos ofrece el perdón: sólo en el ámbito de lo imperdonable puede considerarse el perdón.
http://www.philosophia.cl/biblioteca/Derrida/Palabra.pdf
Este otro enlace os lleva a un vídeo en el que aparece Derrida hablando sobre esta cuestión (en inglés):
http://www.youtube.com/watch?v=FuL6HlLSzyc&hl=es
martes, 24 de febrero de 2009
Junto a "El pensador"
De entre las obras que se exponen está, como decía, El pensador (1880), considerada una de sus obras maestras, y cuya forma fue proyectada para formar parte de un conjunto con el que Rodin pensaba resolver el encargo de realizar una puerta de bronce para el Museo de Artes Decorativas de París, para lo cual se había inspirado en el canto del “Infierno” de la Divina comedia de Dante. El trabajo llevaría por título La puerta del Infierno. Finalmente, el proyecto no cuajó pero, de las formas que empezara a modelar, Rodin sacó la base para hacer esculturas independientes y conjuntos escultóricos. Y así El pensador, que en origen iba a llamarse El poeta, pues representaba a Dante meditando sobre su Divina comedia. Estaría sentado en una roca frente a la puerta, dando la espalda a los personajes de su poema.
Junto a El pensador se expone el conjunto escultórico de Los burgueses de Calais (1895), otro encargo que recibiera Rodin, esta vez con el fin de conmemorar el sacrificio que, allá por 1347, realizaran seis notables de la ciudad de Calais al entregarse a las tropas inglesas de Eduardo III, como modo de salvaguardar la ciudad que sitiara éste en el contexto de la Guerra de los Cien Años.
Supongo que influido por la presencia (imponente) de El pensador alzado ante mí, el caso es que a mí también me dio por pensar: ¿A dónde había ido a ver a Rodin? Mira que la fachada del edificio es sugerente, mira que es interesante lo que allí se expone, se hace y se dice, pero ese nombre... ¿me diréis que no os chirría? La cultura, antítesis por antonomasia de las instituciones financieras, ahora dependiente de ellas, en este caso de La Caixa. Creo que nunca dejará de sorprenderme la capacidad del sistema capitalista para anular (o cuanto menos atenuar la fuerza) de las voces que pudieran resultarle amenazantes.
Pensando en esto me topé a continuación con la escultura de Andrieu d’Andres, perteneciente a Los burgueses de Calais. Justo detrás de ella se podía ver, bien grande, el nombre de CaixaForum acompañado del logotipo de esta caja de ahorros. Por un momento, imaginé que Andrieu d’Andres no desesperaba por su inminente muerte sino por esta cuestión de la entrada de los bancos en el terreno cultural.