jueves, 26 de febrero de 2009

¿Es posible el perdón?

Al perdón podríamos concebirlo como el instrumento que nos hemos dado para, ante la irreversibilidad de las acciones acometidas, poder librarnos en cierta medida de la pesada carga de la culpabilidad. Si entendemos que una expresión del tipo “lo pasado, pasado está” es contraria a la moral pues, como apunta Agamben, “el hombre moral exige la suspensión del tiempo”, entonces sólo el perdón nos rescataría (de un modo acorde con lo moral) de esa suspensión del tiempo.
Pedir perdón es, por tanto, liberador, y lo es por sí mismo, sin necesidad de que nos lo concedan, pues nuestra conciencia no necesita tanto que seamos perdonados como saber que nos arrepentimos por lo que hicimos y que ese arrepentimiento lo hemos hecho público. Ahora bien, no en todas las situaciones uno puede hacer uso del perdón. El perdón es un acto individual que sólo puede ser concedido por quien es víctima directa y solicitado por quien es culpable. Si el que lo solicita no es el culpable, sino que lo representa, o a quien se le solicita no es la víctima, el acto del perdón se tergiversa. A este respecto es muy ilustrativo lo que cuenta Wiesenthal en su obra Los límites del perdón: el autor es un judío superviviente de los campos de concentración nazis al que un oficial de las SS, viendo próxima su muerte, le pide perdón por las atrocidades a las que sometió a otros judíos como él. El autor no le concedió el perdón, tampoco se lo negó; la idea que corría de trasfondo es que él no podía perdonarle en nombre de otros: no tenía derecho a ello.
Pero aun ciñéndonos a las situaciones lícitas del uso del perdón, no es poca la dificultad que encierra su uso, a tenor de lo que expone el filósofo Jacques Derrida. Veamos: si la acción de la que deriva un perjuicio para otra persona no es intencionada, puede darse por perdonada ya desde el momento mismo en que tiene lugar. En este sentido, para Derrida, aquello que es perdonable ya está en el fondo perdonado, de ahí que Derrida hable de un perdón de lo imperdonable, pues si lo perdonable no es si quiera necesario que se perdone, sólo lo imperdonable (aquella acción con la que alguien intencionadamente nos ha perjudicado) puede ser objeto de perdón.
A raíz de esto, uno puede que se pregunte si el perdón es materialmente posible. Si el hábitat del perdón es el de las acciones imperdonables ¿cómo salvar la contradicción? Podría pensarse en el arrepentimiento como fórmula para hacer perdonable lo que en un principio se antoja imperdonable, pero para Derrida esto no es viable, ya que entiende que el arrepentido es (dado su arrepentimiento) una persona distinta a la que cometió deliberadamente la acción que se le imputa, de tal forma que la persona arrepentida no tendría de qué ser perdonada. Así, sólo aquel que no se arrepiente (aquel que simbólicamente repite ininterrumpidamente su falta) podría ser perdonado.
Bajo tales premisas, parece que el uso del perdón se antoja complicado. No obstante, Derrida no dice que el perdón sea imposible, pero sí que su aplicación está sujeta a “soportar lo imposible”: quien perdona lo haría a sabiendas de que lo que perdona es imperdonable (el perdón como lo “hiperbólicamente ético”, que dijera Jankélévitch). Y así llegamos a la genial paradoja que nos ofrece el perdón: sólo en el ámbito de lo imperdonable puede considerarse el perdón.

Aquí os dejo la recopilación de una serie de entrevistas a Derrida. En una de ellas se trata el problema de la imposibilidad del perdón (véase el último apartado, "justicia y perdón"):

http://www.philosophia.cl/biblioteca/Derrida/Palabra.pdf

Este otro enlace os lleva a un vídeo en el que aparece Derrida hablando sobre esta cuestión (en inglés):

http://www.youtube.com/watch?v=FuL6HlLSzyc&hl=es


martes, 24 de febrero de 2009

Junto a "El pensador"

Estos días, y hasta el 22 de marzo, uno puede (sin desembolso alguno) contemplar algunos de los más famosos trabajos de Rodin (El pensador incluido) a las puertas del CaixaForum. Al escultor francés (1840-1917) se le considera uno de los grandes renovadores de la técnica escultórica, fundamentalmente por el extremo realismo que consiguió imprimir a sus obras (baste decir que por su bronce El vencido llegó a ser acusado de haber modelado la figura directamente sobre el cuerpo de una persona viva).

De entre las obras que se exponen está, como decía, El pensador (1880), considerada una de sus obras maestras, y cuya forma fue proyectada para formar parte de un conjunto con el que Rodin pensaba resolver el encargo de realizar una puerta de bronce para el Museo de Artes Decorativas de París, para lo cual se había inspirado en el canto del “Infierno” de la Divina comedia de Dante. El trabajo llevaría por título La puerta del Infierno. Finalmente, el proyecto no cuajó pero, de las formas que empezara a modelar, Rodin sacó la base para hacer esculturas independientes y conjuntos escultóricos. Y así El pensador, que en origen iba a llamarse El poeta, pues representaba a Dante meditando sobre su Divina comedia. Estaría sentado en una roca frente a la puerta, dando la espalda a los personajes de su poema.


Junto a El pensador se expone el conjunto escultórico de Los burgueses de Calais (1895), otro encargo que recibiera Rodin, esta vez con el fin de conmemorar el sacrificio que, allá por 1347, realizaran seis notables de la ciudad de Calais al entregarse a las tropas inglesas de Eduardo III, como modo de salvaguardar la ciudad que sitiara éste en el contexto de la Guerra de los Cien Años.

Supongo que influido por la presencia (imponente) de El pensador alzado ante mí, el caso es que a mí también me dio por pensar: ¿A dónde había ido a ver a Rodin? Mira que la fachada del edificio es sugerente, mira que es interesante lo que allí se expone, se hace y se dice, pero ese nombre... ¿me diréis que no os chirría? La cultura, antítesis por antonomasia de las instituciones financieras, ahora dependiente de ellas, en este caso de La Caixa. Creo que nunca dejará de sorprenderme la capacidad del sistema capitalista para anular (o cuanto menos atenuar la fuerza) de las voces que pudieran resultarle amenazantes.
Pensando en esto me topé a continuación con la escultura de Andrieu d’Andres, perteneciente a Los burgueses de Calais. Justo detrás de ella se podía ver, bien grande, el nombre de CaixaForum acompañado del logotipo de esta caja de ahorros. Por un momento, imaginé que Andrieu d’Andres no desesperaba por su inminente muerte sino por esta cuestión de la entrada de los bancos en el terreno cultural.